sábado, 31 de julio de 2010

De "La hora de la crisálida". Sin título

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A las puertas del cementerio
hay dos pinos doblados por el cierzo
(árboles bandera creo que los llaman),
insignia de no sé qué muertes,
emblema de un mismo destino.
Los cipreses que indican el paso al cielo
cabecean como dudando del camino
o negándose a decirlo.
Adelfas podadas rasas
para no quitarle sol a los nichos,
para no privar de luz a los cristos que embellecen,
envilecen y son testigos
del mohín maqueado de los difuntos,
del polvo entre tanto muerto que no rozará siquiera
ni el cielo
ni el suelo
ni el infierno
porque polvo fuimos pero entre cuatro paredes
como si siguiéramos vivos
en polvo no nos convertiremos.

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