sábado, 31 de julio de 2010

Parar

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Parar un instante,
sentir el calor,
sentarme, callar y ver el mundo desde el tejado
y saber.
Saber a ciencia cierta y de repente
que éste soy yo,
que éste es mi cuerpo cansado,
que éste es mi trabajo,
que así hago y deshago el nudo entre mis manos.

Parar.
Parar un instante,
escuchar al cárabo,
sentarme, callar y ver la canal desde este peldaño
y saber.
Saber a ciencia cierta y de repente
que estoy solo,
que te echo de menos,
que éstas son mis manos vacías,
que soy un extraño.

Buscar el agua.
Buscarme abajo, en el fondo de un barranco,
encontrarme aterido por el agua del deshielo,
olvidar entonces tanto rigor y sentirte a mi lado,
regalarme en tu cuerpo desnudo
y saber.
Saber a ciencia cierta y de repente
que eres tú,
que éste es mi descanso,
que éste es mi cuerpo encendido,
que así te acarician mis manos desatadas.
Parar.
Parar un instante,
mirarte de reojo,
saciarme de tu olor mientras te tengo.

Reconocerme único, sólido a pesar de tanto hueco.
Parar y buscar el valle con los ojos,
parar y buscar el agua con el sudor de mi cuerpo,
parar y buscar tu cuerpo con las yemas de mis dedos,
parar y buscar a ciegas a los que no tengo
y llorar y entender que soy.
Entender que es mi momento y exprimirlo
y exprimir tu sexo y las ausencias,
las piedras y el sol de julio en el prepirineo,
exprimir las aguas, el cierzo, lo justo del silencio,
lo frágil de mi pecho,
lo leal de este cuerpo que mueve y mueve,
sin parar de un lado a otro de mis huecos
tanta materia,
tantas ausencias,
tantas ausencias...

De "La hora de la crisálida". Sin título

.
A las puertas del cementerio
hay dos pinos doblados por el cierzo
(árboles bandera creo que los llaman),
insignia de no sé qué muertes,
emblema de un mismo destino.
Los cipreses que indican el paso al cielo
cabecean como dudando del camino
o negándose a decirlo.
Adelfas podadas rasas
para no quitarle sol a los nichos,
para no privar de luz a los cristos que embellecen,
envilecen y son testigos
del mohín maqueado de los difuntos,
del polvo entre tanto muerto que no rozará siquiera
ni el cielo
ni el suelo
ni el infierno
porque polvo fuimos pero entre cuatro paredes
como si siguiéramos vivos
en polvo no nos convertiremos.